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Muere Félix Grande, poeta protagonista del último medio siglo
Felix Grande en mayo de 2011.
Antonio M. Xoubanova.
LUIS ALEMANY Madrid
Félix Grande, poeta, discípulo, marido y padre de poetas, ha muerto
en Madrid con 76 años, después de una temporada de enfermedad y
silencio, justo cuando se cumplen 50 años de la publicación de su primer poemario, 'Las piedras', que ganó el premio Adonais en 1963 y llegó a las librerías en 1964.
Por entonces, Grande era una especie de hermano menor de los poetas
de la
generación del 50. Por edad, era demasiado joven para entrar en su
grupo, pero también era demasiado mayor y estaba separado por temática y
actitud para alistarse entre los novísimos (Antonio Martínez Sarrión,
el mayor de los nueve, es dos años más joven). Había crecido en
provincias, en Tomelloso, hijo de dos republicanos y nieto de un
guitarrista flamenco que lo marcaría. Con 20 años se trasladó a Madrid
y, en 1961, empezó a trabajar con Luis Rosales en la redacción de
'Cuadernos Hispanoamericanos', la revista de cultura más importante de
su tiempo. Rosales se convertiría en su guía.
La pareja era extraña. Grande era el chico republicano que hacía
poemas de la experiencia más o menos políticos. Rosales, en cambio, era
el escritor oficial del régimen, el señorito que detentaba el 'poder' en
la literatura nacional y, al mismo tiempo, el intocable al que se le reprochaba, probablemente sin justicia, el fusilamiento de Federico García Lorca.
Cuando todos evitaban a Rosales, Grande lo defendía. Lo hizo incluso en
un ensayo llamado 'Contra la calumnia'. Cuentan que Rosales no se
sintió del todo cómodo con aquel desagravio.
Por el camino, hubo alguna novela, como la premiada 'Las calles', un
puñado de ensayos (muchos de ellos sobre flamenco, como la monumental
'Memoria del flamenco', su gran objeto de estudio, lo que le valió el
Premio Nacional de Flamenco) y, sobre todo, un par de libros de poesía
muy destacados entre el resto: 'Blanco spirituals' (1967) y 'Las
rubáiyatas de Horacio Martín' (1978). Por el camino, el gran tema de su
obra pasó de ser lo social y se dirigió hacia la sensualidad.
Poco después de esa década de inspiración, Grande tomó la dirección
de 'Cuadernos hispanoamericanos', que ocupó hasta bien entrados los años
90. Aunque la vieja revista de Rosales fue perdiendo importancia poco a
poco, Grande disfrutó de un lugar central en su mundo: era encantador y
apuesto, portaba con historias insólitas sobre poetas a los que la
Guerra Civil había borrado del mapa, por su casa pasaban los escritores
más admirados en los que se pudiera pensar...
"Todo mi oficio se reduce a buscar sin piedad ni descanso la fórmula
con que poder vociferar socorro y que parezca que es el siglo quien está
aullando esta maravillosa palabra. Que adviertan que
me puse entre los torcidos del mundo para ayudarles a zurcir y defendí a
la vida con todo mi terror. Clamar socorro como el nombre de un dios",
escribió una vez Grande. Será recordado como una persona amable y un
poeta fácil de querer.
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